Viaje por la Vía de la Plata de Pío Moa

Con la pretensión de promover un senderismo cultural siguiendo la red de calzadas romanas, a lo largo de las cuales tomó forma España, el historiador Pío Moa, que con sus estudios ha contribuido a revisar en profundidad muchos tópicos y falsedades de nuestra historia reciente, inició una serie de viajes a pie por tramos, entre 1986 y 1987, de Huelva a Covadonga, transitando la calzada romana llamada Vía de la Plata, que tradicionalmente se extendía de Mérida a Astorga. 

El resultado fue un libro formidable que apasiona por momentos y que tiene por título precisamente Viaje por la Vía de la Plata

El mismo es un relato de viajes, en el que se percibe intensamente el paso del tiempo, así como las impresiones del viajero y su estado de ánimo. «Porque del estado de ánimo depende mucho cómo se ven las cosas, o a qué cosas se presta atención». 

El relato está escrito en tercera persona, como hace Cela en su famoso Viaje a la Alcarria; y en él abundan las observaciones y divagaciones del viajero sobre infinidad de temas, a pesar de que predominan las descripciones de los paisajes y paisanajes, de los pueblos por donde pasa el andariego (Huelva, Moguer, Lucena, Alájar, Monesterio, Mérida, Almendralejo, Zafra, León, Covadonga, Cáceres, Cáparra, Hervás, Salamanca, Zamora, Astorga, y otras localidades más).

Respecto a la Vía de la Plata en sí misma, al narrador le parece anterior a la época romana: puede que tartésica, o más antigua si cabe. Fue una ruta comercial y bélica importante, pero a juicio del viajero «su valor histórico depende más de su función cultural que de la económica: a lo largo de la vía corrieron las ideas, el idioma, las formas de vida, las religiones y los libros de Roma (…) En cualquier caso, la Vía compone uno de los itinerarios más sugestivos de la península».

El tuercebotas, como así se llama a menudo el cronista, conversa con unos y otros aquí y allá, repasa la historia de España, la existencia de Al-Ándalus, la Reconquista, la importancia de reyes como Fernando III, la huella árabe y judía en la península, los enigmáticos dólmenes, etc., para subrayar finalmente que la cultura española es profundamente latina. Cita nombres célebres aunque poco conocidos, naturales de las poblaciones atravesadas, visita las iglesias y los museos, y en fin, describe lo que encuentra a su alrededor, paisajes, monumentos, edificios y personas, en sus quehaceres habituales u ociosas, y sobre todo tabernas, a las cuales considera Pío Moa instituciones crucialísimas, como focos de cultura, convivencia y arte popular. 

Con todo y con eso, la idea romántica del viaje pronto se desmorona. Naturalmente, el ánimo del viajero varía. El camino es imagen de la vida, y la vida incluye sufrimiento. El viajero pasa penurias. A lo largo del viaje, siente cansancio, sed y hambre; duerme en fondas, algunas de mala muerte, cuando no lo hace a la intemperie, y se expone a peligros como las amenazas que suponen las bestias del campo, a perderse en medio de la nada y a otra clase de infortunios propios de este tipo de aventuras. A veces se apodera de él una fuerte impresión de soledad, en otras siente la hostilidad del medio que transita y la vacuidad de su paso por la tierra. A la fatiga física y moral, se suma el desánimo, la tristeza, la sensación de apartamiento del mundo. Recuerda con nostalgia su infancia; en ocasiones le cuesta trabajo concentrarse y siente deseos de llorar. Desde luego, Viaje por la Vía de la Plata es un libro especialmente íntimo, una de cuyas declaraciones más personales y sinceras, por cierto, es la de que el viajero, un buscador sincero de la verdad, «quisiera creer en Dios».

El libro, como digo, es muy íntimo. Aparte de las filias y fobias reveladas por el autor, prevalece una sensación de fracaso, de desencanto personal. El andarín se siente absurdo, marginal, sin mujer ni hijos, sin ingresos regulares… Entonces «la monotonía de vides y olivos se adueña cada vez más del Espíritu del viajero y le despierta viejas obsesiones. Se siente de pronto como desplazado de la vida, infiltrado por una vaga angustia ante su falta de éxito personal y material a lo largo ya de muchos años. Memorias de relaciones sentimentales cuyo desmorone le trae una culpa plomiza. Y otros pensamientos lacerantes. Años atrás perteneció a un grupo armado y siente su corresponsabilidad en actos que entonces encontraba muy justificados, y a los que, andando el tiempo, ha llegado a distinguir como inútiles horrores. La congoja, combatida a lo largo de años por un proceso de recuerdo y análisis, rebrota con preocupación pueril y fantástica». Y es entonces cuando «el viajero tiende a volverse hosco y desea evitar a la gente, extraviarse entre el cielo y la tierra, entre los bosques, como un fantasma».

¿A qué se debe en definitiva ese viaje? ¿Por qué anda, en consecuencia, de acá para allá? ¿A qué viene ese periplo, que le cuesta unos duros que no tiene, e innumerables fatigas? Yo creo que hay un deseo profundo de conocer a fondo la realidad del país en el que ha nacido y del pasado de España. También hay una razón de descontento con la realidad política y social a la sazón vigentes en España. A la postre, el propio autor lo reconoce abiertamente, y tiene que ver con el contexto político, el cual se trata en el libro a base de breves pinceladas. En conclusión, «el modo de vida que se ha instalado en el país le provoca una fuerte repulsión».

La España postfranquista, protesta el viajero, ha empezado a ser colonizada por la cultura anglosajona. Las costumbres se han relajado tanto que se confunde libertad con libertinaje, las drogas empiezan a hacer estragos entre la juventud; «la televisión se ha convertido en vehículo de la ignorancia y la mala fe»; los españoles viven ajenos a cualquier impulso cultural desinteresado; lamenta, además, la inexistencia de «una asignatura de cultura popular en las escuelas, entendiendo por tal los nombres de piedras, plantas, aves, estrellas, y que incluyera los mitos, canciones, danzas y cuentos inmemoriales». En suma, deja constancia el viajero, con pesar, de la puerilidad que estaba alcanzando por aquel entonces la sociedad española. 

Entre las divagaciones no históricas, sobresalen las existenciales. Al viajero le preocupa si el ser humano es un producto ciego, sin objeto, o más bien tienen verdadera trascendencia las cosas que hace, dice y piensa. Le llama la atención la incertidumbre que caracteriza la vida humana. Y otros asuntos no menos elevados.

Por otro lado, al margen de sus cábalas, anécdotas, contratiempos y lecciones históricas, el viajero aprecia enormemente, y sabe transmitirlos, los placeres del viaje. «En su modesto trotar por la vieja y civilizada península, el caminante ha palpado a menudo tanto su propia insignificancia como su libertad, perdido entre campos y cielos». El viajero admira el paisaje y el poder de la naturaleza a ratos le sobrecoge. Asimismo, «la marcha en solitario, aun si uno ya no teme encuentros con dragones o bandidos, o al menos osos, tiene un peculiar encanto». Pues por algunas regiones «la literatura pastoril, aun con la artificialidad que se le achaca, recoge la emoción del bienestar y la libertad en medio de una naturaleza fértil y amable, ni muy salvaje ni muy explotada, donde la huella humana es discreta».

En penúltimo lugar, quisiera hacer mención a las consideraciones que hace el viajero sobre todo de los principales enclaves que visita. Me extendería demasiado si los nombrara todos, pero por ejemplo de Covadonga afirma que es un espacio mítico donde los haya. «Cuesta imaginar otro sitio tan salvaje y saturado de eso que suele llamarse «magia». Salamanca le recuerda con gran fuerza «el gran siglo de España». Del antiguo Cáceres, de Astorga y de León también escribe Moa palabras interesantes. Y de Augusta Emerita, hoy tan venida a menos…

En cualquier caso, el final del viaje y por tanto el regreso a Madrid inspira compasión. «En el piso no hay nadie (…) y el viajero siente la vaga desazón de quien no es recibido a la vuelta de un viaje largo». ¡Qué sensación más desdichada! Imaginarla sólo, me produce gran tristeza. Pío Moa no habla en ningún momento de sus padres o abuelos, ni de su tierra gallega. Esa sensación de desarraigo, en fin, lacera en alguna víscera profunda y es una de las situaciones existenciales más desgraciadas. O a mí me lo parece.

Sea como fuere, Viaje por la Vía de la Plata resulta un libro admirable. Su calidad literaria es elevadísima. Siempre sobrio, Moa sabe embriagar al lector con sus palabras. Queda, al fin, una obra única, que contribuye al conocimiento de la historia de España, y sobre todo de su pasado romano, siendo además un retrato personal de unas regiones rurales no tan relevantes como las que son atravesadas por ejemplo por el Camino de Santiago, durante la llamada Transición democrática, que es un periodo crucial para entender la hora presente.

Calzada romana entre encinas
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