La Ilíada de Homero

La Ilíada es, sin ningún género de dudas, la obra más importante de la Antigüedad. También la más eximia o sublime. Y junto con La Odisea, constituye la epopeya por excelencia de la cultura universal. Compuesta por Homero, genial poeta helénico del siglo octavo antes de Jesucristo, consta de 15.690 versos, divididos en 24 cantos, al parecer según el criterio de los sabios alejandrinos.

En dicho poema monumental, situado en tiempos heroicos, se narra un episodio acaecido en el décimo año de la guerra que los griegos, también llamados aqueos, dánaos y argivos, entablaron contra la ciudad de Troya o Ilión. De su fundador, Ilos, deriva Ilión, el menos conocido de los nombres de la asediada acrópolis de Asia Menor, que dio sin embargo título a la obra, y de su padre, Tros, procede su más famosa denominación, Troya.

Al margen de la etimología del título, si atendemos a su naturaleza, La Ilíada es una obra de carácter militar, siendo La Odisea una especie de novela de aventuras. En cuanto a La Ilíada ésta comienza describiendo un ataque de ira del héroe griego Aquiles, desposeído de su esclava Briseida por Agamenón, rey de Micenas y Argos, y caudillo supremo de la expedición panhelénica contra Troya. Y concluye con los funerales de Héctor, el héroe troyano más relevante, que muere en combate singular a manos de Aquiles, el guerrero más formidable de ambos ejércitos. Pero ni Homero explica el origen de la contienda, ni narra el final de la misma. Tampoco refiere el aedo la muerte de su máximo campeón. Porque el interés de La Ilíada reside en última instancia en una de las formas más perfectas del humanismo que han sido concebidas en todo tiempo y lugar, pues frente a unos dioses veleidosos y desalmados, el sufrimiento y la guerra, así como el destino particular y la muerte inexorable, se conciben como realidades absurdas y terribles que ponen a prueba la entereza y hombría de los corazones humanos. Así pues, a partir de semejante cosmovisión, y de los conflictos que se derivan de la misma, las reacciones de los hombres y mujeres que participan en La Ilíada constituyen, además de su nervio, el meollo de su atractivo.

Con todo, si hay algo que La Ilíada, el poema militar consagrado a las virtudes de los soldados y a la exaltación de los héroes, maldice o deplora constantemente, ese algo es la guerra, sembradora de llanto, que provoca infinitos males y devora y se lleva al Hades a muchos hombres valerosos. Pero, por paradójico que resulte, al mismo tiempo que la guerra causa horror, y es descrita por Homero a través de vívidas y violentas escenas de combate, ésta presenta una dimensión fascinadora, siendo incluso glorificadas las virtudes militares. Además, por medio de los hechos de armas, el gobierno de los pueblos y la oratoria, los hombres pueden alcanzar la fama, el honor o la reputación, condición apetecible con la que poder hacer sombra a unos dioses mezquinos que son el origen de todos los infortunios humanos.

De hecho son los dioses los que aquí promueven la terrible contienda. Los que la prolongan y los que deciden su desenlace. Y hasta los propios humanos son conscientes de que los dioses intervienen en sus cosas. Por ejemplo, en el tercer canto, el rey Príamo, sobre las murallas de Ilión, interroga a Helena acerca de la identidad de los soldados aqueos que ella conoce. Príamo se muestra afectuoso con Helena, que por cierto es mencionada como responsable de la guerra. Y para sorpresa de los ancianos de Troya, que aconsejan devolverla a las naves aqueas antes de que se convierta en una plaga para ellos y para sus hijos, Príamo confiesa a su nuera que no la considera culpable de la guerra, sino a los inmortales dioses que fomentaron la enemistad entre troyanos y griegos. Como último botón de muestra, Aquiles comparte con el rey Príamo una reflexión que refleja en qué medida los hombres son conscientes de la intervención de los dioses en los destinos humanos, pues, según el héroe, caudillo de los mirmidones, «lo que los dioses han hilado para los míseros mortales es vivir entre fatigas y congojas, mientras ellos están exentos de inquietudes».

En conclusión, y como puede observarse, el pueblo griego no poseía en aquel entonces una explicación satisfactoria para el mal y el sufrimiento, atribuyendo a los dioses las desdichas de los mortales. Por eso el héroe griego es más humano y admirable que sus satisfechos dioses. Y naturalmente, aún no se había presentado en el mundo Jesucristo, que, irreprensible y totalmente inocente, se inmolaba para redimir al género humano. A partir de entonces la humanidad se enteró de que contaba con un Dios al que no se le podía acusar de arbitrario, insensible o indiferente, y que había sufrido por esa misma humanidad ignominias, todo clase de vilezas y una muerte execrable. Y, claro, los personajes de La Ilíada aspiran precisamente a unos dioses que al menos estén a la altura de los ideales humanos, de modo que resulten auténticamente venerables; del mismo modo que aspiran a una vida plena más allá de la muerte, y digo aspiran, porque lamentan que la vida de ultratumba, a su parecer, sólo sea un recuerdo impotente de la vida terrena. En definitiva, el alma de los hombres y mujeres de La Ilíada es más grande que sus dioses y su filosofía, exenta de esperanza. Y son más grandes que sus dioses porque se rebelan contra esa desesperanza apretándose los machos, es decir, resistiendo las adversidades con asombrosa fortaleza de ánimo.

Por consiguiente la presente obra, trasladada al lector con un tono grandilocuente y sembrada de metáforas de increíble belleza, es un monumento literario erigido en patrimonio histórico de toda la humanidad.

Ruinas de Troya
Localización de Troya
Mausoleo de Heinrich Schliemann en Atenas
Aquiles herido de Innocenzo Fraccaroli

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