La arquitectura es el bello arte de construir edificios y monumentos, tanto de carácter civil como religioso. Algunas de estas obras creadas por el ser humano, destacando especialmente entre las de su especie, ya por sus formas artísticas, ya por su relevancia histórica, han concitado a lo largo de los siglos el interés y la admiración de los hombres. Naturalmente, estas creaciones singulares, como rociadas por toda la extensión de la Tierra, han sido siempre reputadas entre las personas de cierta cultura y sensibilidad estética. Sin conocerlas, sería imposible apreciar o percibir su importancia o belleza.
- Stonehenge

Las primeras manifestaciones arquitectónicas de carácter artístico se remontan a la prehistoria, y son por tanto tan antiguas como el ser humano, su autor. Una de las reliquias más famosas de la prehistoria en Europa es Stonehenge. Se trata de un conjunto megalítico erigido en la llanura de Salisbury (Inglaterra), unos 3500 años antes de Cristo. Se distingue por el uso exclusivo de dos tipos diferentes de piedras (Bluestones y Sarsens), su tamaño (la más grande pesa más de 40 toneladas) y la distancia a la que fueron transportadas (hasta 240 km). Sin duda, su diseño e ingeniería única, con enormes dinteles de piedra horizontales que coronan el círculo exterior y los trilitos, unidos entre sí mediante juntas cuidadosamente formadas, demuestran la capacidad de los pueblos prehistóricos para concebir, diseñar y construir elementos de gran tamaño y complejidad. Sin embargo, a pesar de haber sido estudiado a fondo por numerosos investigadores, no se ha podido dilucidar todavía quién erigió Stonehenge ni con qué fin. Es seguro el uso ceremonial y mortuorio, pero sigue siendo oscuro su propósito, a pesar de las innumerables hipótesis formuladas: monumento funerario, observatorio astronómico, santuario de curación… Sea lo que fuere, este conjunto imponente de pesadas y ancestrales piedras representa, junto a muchos otros, la gran novedad del período neolítico, que es, frente a los abrigos naturales y las cuevas, la arquitectura dolménica.
2. Las pirámides de Egipto

Hay construcciones que deslumbran por su técnica, y otras que lo hacen por su misterio. Las Pirámides de Guiza, erigidas hace más de cuatro milenios en el corazón ardiente de Egipto, son ambas cosas a la vez: un prodigio de ingeniería y un gesto espiritual en piedra. No fueron simples tumbas, ni solo monumentos al poder; fueron, y aún son, una afirmación metafísica tallada contra el tiempo.
Según la UNESCO, el conjunto de Guiza—la Gran Pirámide de Keops, la de Kefrén y la de Micerinos—representa un hito en la historia de la humanidad. Son “testimonio excepcional de una civilización desaparecida”.
El arqueólogo Flinders Petrie, uno de los primeros en estudiarlas con rigor científico en el siglo XIX, quedó perplejo ante la precisión matemática de la Gran Pirámide. Medía desviaciones de menos de medio grado en sus ángulos, cortes milimétricos en bloques de más de dos toneladas, y una alineación astronómica que aún desafía explicaciones sencillas. Petrie no fue un romántico: era meticuloso, empírico. Y sin embargo, ante Guiza, confesó una admiración que bordeaba lo reverencial.
Pero lo verdaderamente conmovedor no es solo el logro técnico. Es la aspiración humana que lo impulsa. Las pirámides son la encarnación de un deseo eterno: trascender. No buscan la inmortalidad del cuerpo, sino del orden, del cosmos en equilibrio. Sus formas, tan sencillas en apariencia, reproducen la escalera al cielo, la ascensión del alma hacia las estrellas imperiales, donde Osiris y Ra se funden en eternidad.
Construidas para durar más que cualquier dinastía, las pirámides no fueron diseñadas con el tiempo en mente, sino con la eternidad como medida. Esa es quizás su enseñanza más radical para el presente: que hay obras humanas que no están hechas para la utilidad, sino para el asombro. Que construir puede ser un acto de fe.