El Antiguo Régimen: Historia del Mundo Contemporáneo

Lo que llamamos Edad Contemporánea es un periodo histórico convertido en categoría conceptual que se inicia con las revoluciones de finales del siglo XVIII y en teoría llega hasta el presente. La Revolución por tanto ofrece una dicotomía, cesura o división tan acusada que permite referirnos a la época anterior a las revoluciones dieciochescas como Antiguo Régimen, y a la época posterior al periodo revolucionario como Nuevo Régimen. 

El Antiguo Régimen presenta una serie de fundamentos o caracteres ideológicos, políticos, institucionales, sociales y económicos que lo definen o caracterizan. Estas cinco peculiaridades teóricas del Antiguo Régimen reflejan su naturaleza o espíritu, y hacen referencia por tanto al sistema vigente anterior a las revoluciones, siendo estas revoluciones la emancipación americana, también llamada Revolución Americana o de las Trece Colonias, y la Revolución Francesa. 

Dicho esto, y en primer lugar, la peculiaridad ideológica del Antiguo Régimen es la firme convicción de sus gentes en la veracidad del cristianismo. Unos y otros confían en la revelación sobrenatural, comparten un mismo credo y una misma moral, dan por hecho que la monarquía es la forma de gobierno más justa para el arreglo de los pueblos y entienden que el orden social más conveniente es aquel en el que sus miembros se distribuyen en estamentos. Sin embargo, todas estas seguridades, que singularizan a los hombres de la cultura occidental del periodo referido, se irán desvaneciendo en el tránsito al Nuevo Régimen. 

En segundo lugar, en el ámbito político predominan las monarquías autoritarias, mal llamadas absolutas, puesto que el término absoluto es equívoco. En realidad, los monarcas del Antiguo Régimen no disfrutaban de un poder omnímodo; simplemente estaban absueltos de dar cuentas de su gestión al no existir autoridad humana por encima de ellos. Sin embargo, los reyes del Antiguo Régimen sí se sentían responsables ante Dios, autoridad suprema o absoluta a la que debían rendir cuentas, estando gravemente obligados por ese vínculo a pretender el bien de sus súbditos y a impartir justicia en este mundo.

Institucionalmente, existía una profunda adhesión a las viejas leyes, los viejos usos y las viejas costumbres, que se defendían con tenacidad en los parlamentos. Y ese apego a sus fueros en la práctica limitaba, y no poco, el ejercicio del poder monárquico. 

En cuarto lugar, la sociedad del Antiguo Régimen estaba dividida en sectores. A pesar de los tópicos mantenidos a lo largo del tiempo, los hombres del Antiguo Régimen veían necesario distribuir por estamentos sus funciones en orden a la buena marcha de la comunidad, por lo que no se trataba en modo alguno de un sistema asentado en la conservación de ciertos privilegios disfrutados sólo por unos pocos, sino en el reconocimiento de que para el perfecto funcionamiento de la sociedad era necesario desempeñar al menos tres funciones concretas que daban lugar a tres estamentos diferenciados: el clero, la nobleza y el estado llano.

Respecto a las funciones aludidas, la misión del clero era principalmente la de instruir a la sociedad, acerca de los asuntos sagrados y profanos, predominando el de la salud de las almas. Respecto a la enseñanza misma, es importante hacer mención al nacimiento de las universidades en el siglo XII a partir de las escuelas catedralicias. Otro cometido propio de la Iglesia en general fue la de prestar asistencia social, fundando asilos, orfanatos y hospitales, servicios de los cuales el Estado se había desentendido. Con la Revolución, en fin, los Estados asumirán las funciones educativas de la Iglesia, arrinconando al clero y privando a éste de su misión docente, aunque seguirán permitiendo que la Iglesia “cargue” con la acción de prestar socorro, favor o ayuda a los necesitados. 

Por su parte, la tarea primordial de la nobleza era la de defender a la sociedad. Los nobles estaban obligados a defender a sus encomendados, de cualquier abuso interno y de cualquier amenaza externa. Por eso el noble se educaba en el ejercicio de las armas, y era, por definición, un militar. Como es natural, su función concreta era la guerra. Y aunque en los tiempos modernos los reyes se dotaron de ejércitos permanentes, para ser oficial en la milicia era indispensable pertenecer a la nobleza. Asimismo, los nobles podían juzgar a sus vasallos, lo cual era un derecho y al mismo tiempo una obligación, según los casos; de modo que al ejercer la jurisdicción nobiliaria, los nobles aliviaban de ciertas cargas administrativas al Estado. Con todo, en los últimos siglos del Antiguo Régimen, principalmente en los siglos XVI y XVII, la mentalidad nobiliaria empieza a sustituir el antiguo espíritu de servicio y defensa de la comunidad por el de privilegio, por lo que la alta burguesía aspira a escalar en el escalafón, desvirtuando sus aspiraciones y disolviendo por tanto su razón de ser.

Finalmente, el estado llano abarcaba a todas aquellas personas que no pertenecían al clero ni a la nobleza. Por consiguiente, formaba parte de este tercer estado la inmensa mayoría de la población, incluyendo a individuos de las más diversas extracciones sociales y económicas, que ejercían además las más diversas actividades profesionales: campesinos, comerciantes, artesanos, abogados, artistas, funcionarios, médicos, patronos de los gremios, y otros trabajadores. En definitiva, unos y otros aportaban a la sociedad su trabajo nutricio; es decir, salvo los menesterosos, vagabundos o limosneros, los miembros del estado llano tenían en común el hecho de que vivían de su trabajo, sosteniendo con sus rentas, al menos parcialmente, al clero y la nobleza. Pero no hay que engañarse, porque igual que formaban parte del estado llano los mendigos, también formaban parte de éste los más refinados intelectuales y los más opulentos banqueros.

Los estamentos, en teoría, eran estancos e impermeables, pero sería un despropósito tomar la teoría al pie de la letra. Naturalmente, ninguna persona nacía en el seno del estamento eclesiástico, y, por otro lado, se podía acceder al estado nobiliario por hechos heroicos, determinados servicios a la Corona e incluso mediante la compra de títulos. De modo que no se puede afirmar con rotundidad que con la caída del Antiguo Régimen se produjera una radical permeabilización de las clases sociales, porque antes de alguna manera ya existía la posibilidad de cambiar de estado, si bien era más rígida.

Por último, quedan por destacar los caracteres económicos del Antiguo Régimen. Nos encontramos con una economía tradicional, dominada por el sector agrario, que estaba especialmente intervenida o reglamentada y sobre la que pesaba además una fuerte presión impositiva, así como gran cantidad de aduanas y peajes para el control de mercancías. En su mayor parte, las tierras, que pertenecían a conventos, abadías, obispados o familias nobles, eran trabajadas por colonos o arrendatarios. Hay que tener en cuenta que el orden económico dependía del orden social y que las propiedades correspondían a las personas jurídicas (abadía o ducado) y no a las físicas (abades o duques), creándose en cualquier caso dificultades para la libre actividad económica, pues la propiedad quedaba en situación de cierta inmovilidad. 

Otro rasgo típico de la economía del Antiguo Régimen era la organización del trabajo corporativo, distribuyendose las diversas actividades en gremios. Los gremios garantizaban los derechos de los trabajadores, pero no era fácil acceder a ellos, sino después de pruebas muy exigentes en las que el aspirante demostraba su cualificación y aprendizaje previo. 

Como todo en esta vida, ningún sistema político es perfecto, y el Antiguo Régimen sufrió puntualmente graves crisis de subsistencias a causa de los inconvenientes que sufrían los transportes y de la falta de agilidad en la producción de mercancías, y sobre todo por la meteorología, que en ocasiones hacía verdaderos estragos en las cosechas.

En finn, la Revolución que propicia la caída del Antiguo Régimen llevaba tiempo gestándose por parte de ciertos sectores u oligarquías del estado llano, concretamente de la alta burguesía, cuyos miembros ya habían alcanzado, al enriquecerse, una posición de preeminencia de hecho, pretendiéndola de derecho. El relevo de poderes y de modelo institucional y social consistió por tanto en el encumbramiento de la alta burguesía y de algunos intelectuales considerados ilustrados (parte del estado llano), sustituyendo así a unas clases, el clero y la nobleza, a las que se creía privilegiadas, sobre todo por su capacidad para gobernar e imponer las ideas dominantes. 

En conclusión, ni existía una verdadera desigualdad social, puesto que los individuos del Antiguo Régimen asumían la distribución de esfuerzos y tareas como algo beneficioso para los intereses generales, ni la mayor parte de los miembros del estado llano entendió durante siglos que clérigos y nobles fueran una especie de parásitos con innumerables privilegios que perjudicaban al resto por el hecho de ser clérigos y nobles, como pretendieron hacer creer los ilustrados franceses a partir de algunas ilustraciones sarcásticas. Con todo, si bien la nobleza fue perdiendo con el tiempo su viejo espíritu y supo aprovechar su posición dominante para sacar tajada en beneficio propio, la Iglesia siguió en la brecha, especialmente comprometida con la función que le había sido encomendada desde antiguo. El problema es que con el advenimiento de la Revolución, muchos empezaron a recelar de la doctrina cristiana, y en consecuencia la necesidad del clero empezó a ser discutida o impugnada.

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